Las esculturas de Guillermo Rodríguez respiran aires precolombinos pero dialogan con el arte contemporáneo. El escultor concentra su atención en la imaginería, pero, hay que advertir, alejado de la devoción. Entiendo que su condición de imaginero es, sobre todo, un posicionamiento sobre aquel. Más de una docena de estas cuidadas piezas se expondrán desde esta noche a las 20.30 en el Centro Cultural Rougés (Laprida 31), bajo el título "De profesión imaginero (el vuelo)". Reconocido internacionalmente, Rodríguez ha participado en ferias de Nueva York y de Miami, así como de Toronto, y además ha expuesto en España e Italia, entre otros países. Algunas de sus obras públicas son "El ojo de la memoria", en la sierra de San Javier y el "Monumento a Atahualpa Yupanqui", en Raco.
En sus obras de madera desestructura la solidez de la materia y exhibe lo que muchas veces aparece apartado de la mirada del espectador. El contraste entre los volúmenes negativos y positivos, el espacio interior que se exterioriza, la deconstrucción (sencillamente, "mostrar de qué modo estaban hechas las cosas") en una palabra, son operaciones claras en la mayoría de sus trabajos.
En sus esculturas, la figura parte de un rostro en algunos casos, pero el resto es síntesis, composición: direcciones, orientaciones, articulaciones, movimiento (véanse por ejemplo las obras "Danza del colibrí", "Sueño de la coplera" o "Vuelo asistido"); en suma, una estructura, que deja ver. La madera suele definirla, pero la mayor parte de las veces, no se trata de cualquier madera sino del cardón, lo que carga sentidos de la región.
"Ensamblajes, brillantes colores y barroquismo; en su incansable búsqueda de una identidad social, reelabora símbolos y formas plásticas. Sus obras fascinan por el misterio y lo hermético de sus seres alados, por la narrativa de los mitos y rituales", escribe Alejandra Wingaard en el texto del catálogo. De todos modos, para evitar malos entendidos, como lo escribí en una oportunidad, el estilo no constituye región, porque la región no es un estilo.
Las piezas de Guillermo Rodríguez están ensambladas (un detalle no menor, que revela el respeto por la propia materia) y en su planteo, no puede obviarse el color: una rica policromía recorre la madera. Rescatar imágenes populares, cultos religiosos y rituales son sus puntos de partida; el inicio de una investigación que corre paralela a la de la propia madera. La dualidad en la composición está siempre presente (lo lleno/ lo vacío; estatismo/ movimiento y el ya mencionado volumen positivo/volumen negativo). A partir de un estudio de imaginería el artista se volcó a esta temática a partir de 1990.
Toda su obra intenta resguardar el "aura", aquella lejanía irrepetible de la que hablaba Walter Benjamin; el valor cultual de una obra de arte, en definitiva, perdida en la época de su reproductibilidad técnica. Ese "aura" estético es el que, de alguna manera, impone la distancia ante cada una de estas esculturas.
En sus obras de madera desestructura la solidez de la materia y exhibe lo que muchas veces aparece apartado de la mirada del espectador. El contraste entre los volúmenes negativos y positivos, el espacio interior que se exterioriza, la deconstrucción (sencillamente, "mostrar de qué modo estaban hechas las cosas") en una palabra, son operaciones claras en la mayoría de sus trabajos.
En sus esculturas, la figura parte de un rostro en algunos casos, pero el resto es síntesis, composición: direcciones, orientaciones, articulaciones, movimiento (véanse por ejemplo las obras "Danza del colibrí", "Sueño de la coplera" o "Vuelo asistido"); en suma, una estructura, que deja ver. La madera suele definirla, pero la mayor parte de las veces, no se trata de cualquier madera sino del cardón, lo que carga sentidos de la región.
"Ensamblajes, brillantes colores y barroquismo; en su incansable búsqueda de una identidad social, reelabora símbolos y formas plásticas. Sus obras fascinan por el misterio y lo hermético de sus seres alados, por la narrativa de los mitos y rituales", escribe Alejandra Wingaard en el texto del catálogo. De todos modos, para evitar malos entendidos, como lo escribí en una oportunidad, el estilo no constituye región, porque la región no es un estilo.
Las piezas de Guillermo Rodríguez están ensambladas (un detalle no menor, que revela el respeto por la propia materia) y en su planteo, no puede obviarse el color: una rica policromía recorre la madera. Rescatar imágenes populares, cultos religiosos y rituales son sus puntos de partida; el inicio de una investigación que corre paralela a la de la propia madera. La dualidad en la composición está siempre presente (lo lleno/ lo vacío; estatismo/ movimiento y el ya mencionado volumen positivo/volumen negativo). A partir de un estudio de imaginería el artista se volcó a esta temática a partir de 1990.
Toda su obra intenta resguardar el "aura", aquella lejanía irrepetible de la que hablaba Walter Benjamin; el valor cultual de una obra de arte, en definitiva, perdida en la época de su reproductibilidad técnica. Ese "aura" estético es el que, de alguna manera, impone la distancia ante cada una de estas esculturas.